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ARTE

Barcelona Gallery Weekend: no hay quinto malo

Barcelona celebró la inauguración conjunta de sus galerías. Estos son los puntos fuertes (y debilidades) de lo que deja en la ciudad

Diogo Pimentao en Rocío Santa Cruz JDG
Javier Díaz-Guardiola

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El tiempo corre que se las pela , y son ya cinco ediciones (la mitad que Apertura, el referente madrileño en el que se inspira) las que ha cumplido el Gallery Weekend barcelonés (BGW), constatando, a la vista de sus resultados, qu e nada sucede por casualidad y que algunos avances significativos han cristalizado en esta fiesta de las galerías de Barcelona.

Cinco años después, el BGW se ha profesionalizado. En ello ha jugado un papel básico su directora desde 2017, Sussana Corchia , que se ha preocupado de mimar a los participantes, pero, sobre todo, de consolidar un programa de coleccionistas (con compromiso de compra, en el caso de las instituciones), y de difusión, tan necesarios para que su mensaje cale.

Los mismos llantos

Porque lo bueno de analizar el BGW con la perspectiva de la década recién cumplida en la capital por Apertura es que se comprueba cómo se repiten una y otra vez las dudas y los pesares de sus participantes: que si ya nadie entra en las galerías ; que si los coleccionistas en nuestro país son habas contadas y es necesario incentivar nuevos compradores; o que si conviene o no que la inauguración conjunta coincida con otros eventos: en Madrid pasa con el festival Hybrid (para espacios alternativos) y pasó con la feria Summa , hasta que esta sucumbió. En Barcelona, con el Young Gallery Weekend y con la feria Swab , con la que, para no faltar a la verdad, hay que admitir que las galerías de Barcelona no se han llevado nunca del todo bien.

Una de las propuestas de «Escamas», en Casa Vicens JDG

Y ahí tenemos ya una de las notas chirriantes de esta edición : su fecha de celebración. El BGW ha optado generalmente por el último fin de semana de septiembre (días en los que sí que se celebró Swab y el Young). Desplazarse hasta el 10-13 de octubre significó que el arranque de temporada en la ciudad se produjo francamente tarde.

La excusa oficial (poco creíble para un evento que se sabe que se repite anualmente) ha sido la falta de previsión con las plazas hoteleras . Un congreso de oncología se quedó con todas. Más plausible es que los galeristas no quisieran «mezclarse» con otro aniversario del 1-O, aunque, si se descuidan, se meten de lleno en la ciudad revuelta post sentencia del «procés». Suerte que no fue así. Más de uno y más de dos habrían hecho las maletas.

Un buen sabor de boca

Volviendo a lo estrictamente artístico, este quinto BGW deja un buen sabor de boca, con propuestas que aprueban, pero sin sorprender. De nuevo las comparaciones son odiosas, pero estamos acostumbrados a ver cómo en Madrid las galerías ponen toda la carne en el asador para Apertura . El mejor descubrimiento aquí fue sin duda la Magda Bolumar de Marc Domènech (hasta directores de museo se intersaron por ella. ¿Caerían las compras?), a la sombra durante décadas de su esposo, el escultor Moisés Villèlia , y de su apuesta organicista y surrealizante, que la desmarcan del informalismo imperante en los sesenta, el que curiosamente se recupera en Manel Mayoral , que recrea con elegancia parte de lo que fue el Pabellón Español en la Bienal de Venecia en 1958.

Rocío Verdejo presentaba sus fotografías en Alalimón

No se entienda esto que he dicho como un demérito a los contenidos del BGW. La sutileza de los gestos de Jaime Pitarch invitan a pasarsí o sí por Àngels Barcelona . Los de Diogo Pimentao , en Rocío Santa Cruz . También la rotundidad de Itziar Okariz en EtHall o los análisis sobre los materiales de Irma Álvarez-Laviada en Ana Mas . Me refiero a que hay que buscar las novedades en otras cuestiones. Como en el espacio recién inaugurado de ADN («5994 is just a number» es su colectiva declaración de intenciones), o los remozados de Víctor Lope (con los «puntos de fuga» de P. Grijalvo, D. Salz y F. Suárez ), Nogueras-Blanchard (ese cubo de hormigón que interrumpe la sala y que ocupa por primera vez Alfredo Rodríguez ), o Carles Taché , y los monumentales dibujos de Vicky Uslé . Su padre, Juan, luce majestuoso en Joan Prats .

La diferencia más evidente

También da pie a conocer a galerías más jóvenes. Y en esto, sí que hay una diferencia entre Apertura (la fiesta «de» las galerías de la asociación ArteMadrid , de todas ellas) y el BGW, para el que no hace falta pertenecer a la homónima Abe (hecho que también ha generado fricciones en su seno). El carácter, pues, «voluntario» del BGW se tradujo en sonadas ausencias este año (de ProjectSD a Senda o Marlborough ). Tres festivales lleva BomBon Projects ( Jordi Mitjà y Josep Manyou ) sin estar asociada, como tampoco lo está la novata Dilalica (ojo a este espacio: promete). Caso contrario es el de Alalimón ( Rocío Verdejo ) o Espai Tactel-Toormi x (con una colectiva canalla). No se las pierda.

Propuestas que aprueban, pero sin sorprender. Las comparaciones son odiosas, pero estamos acostumbrados a ver cómo en Madrid las galerías ponen toda la carne en el asador para Apertura

Y como ya no hay festival que se precie sin un millón de actividades a su vera , este BGW ha contado con rutas guiadas ( ARCO GalleryWalks ), un simposio sobre el rol del curator o exposiciones paralelas como «Escamas» (hasta el 10 de noviembre), comisariada por la propia Corchia en la Casa Vicens , en un deseo de maridar las formas de Gaudí con autores de las galerías participantes.

En la misma línea, y desde 2015, seña de identidad del BGW ha sido el programa «Composiciones», que ya da signos de agotamiento : ¿Qué sentido tiene introducir obras en edificios emblemáticos, cuando de lo que se trata es de que el público entre en las galerías? Es la queja de más de una. Su comisario este 2019, Juan Canela , tomó nota y decidió sacar el arte a la calle (todo sea por la subvención de turno del Ayuntamiento de la ciudad). En su selección descafeinada ( Erick Beltrán, Daniela Ortiz, Mercedes Magrané, Felipe Mújica ...) el tuerto fue el rey: Marc Vives (que nos metía en un centro acuático, lo que nos obliga a abandonar la rúa, aunque había que recorrerlo como el que la pasea). La mala señalización de todo ponía la puntilla.

Propuesta de Mercedes Magrané en L'Hospitalet para el programa «Composiciones» JDG

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